Una temible criatura se esconde en los bosques cercanos a un pueblo: de día es humano y en noches de Luna llena, lobo.
Si hubiera que buscar un precedente similar en modos e intenciones a esta creación habría que recordar la maravillosa aportación que hizo John Williams en su Dracula (79) porque, aunque esta era más contundente, ambas comparten similar intensidad dramática y romántica, muy gótica, y giran en derredor de un imponente tema principal. En el caso de Elfman la suya es una partitura de considerable fuerza, pero también con momentos muy sugerentes y nocturnos, en los que no solo se adereza el terror sino particularmente la desolación, con un sobresaliente uso del violín. Es una obra directa y diáfana, pero también muy sofisticada.