Un padre marcado por las cicatrices del pasado, intenta proteger a su hija de los colmillos de la bestia que esconde dentro de sí.


Esta versión del licántropo tiene pretensiones innovadoras y su planteamiento es más dramático que terrorífico. Evita tópicos como la Luna llena o las balas de plata para centrarse más en lo sentimental, aunque no está exenta de clichés. El compositor mantiene un desigual equilibrio entre el terror latente y el dolor que la música hace más evidente, y esa es la principal baza de su aportación. El diseño sonoro, con propósitos dramatúrgicos, es singularmente relevante, lo que resta algo de necesidad musical en el territorio del terror, positivamente para el filme. Sin embargo, en la parte dramática hay cierta confusión de intenciones y parquedad en su exposición y desarrollo, lo que genera que la música vaya perdiendo interés y haga ir perdiendo interés también por el resto de la película. Solo al final se alcanza un adecuado grado de emotividad e intensidad, pero tarde.