En una Edad Media de cambios, un chico persigue su sueño de poder convertirse en caballero, a pesar que su padre quiere hacerle abogado. Para lograr su empeño, se involucrará en una aventura donde deberá demostrar que es merecedor del honor.


Segunda película de Manuel Sicilia tras El lince perdido (08) y nuevo proyecto de Kandor Graphics, referente fundamental de la animación española y constatable evidencia del espectacular nivel técnico y artístico de nuestros creadores. La película es impecable en lo visual y notable en lo narrativo, y el público al que principalmente va dirigido (el infantil) tiene el entretenimiento y la diversión garantizados. Pero que una película tenga asegurado el éxito comercial no implica que los resultados artísticos sean ejemplares, y en este caso distan mucho de serlo. La música en el cine no está solo para acompañar imágenes o generar emociones. La música puede ser una auténtica autopista por donde circulen con fluidez y claridad explicaciones y narraciones, y quienes hacen uso de la formidable herramienta que es el guión musical deben asumir que la música necesita de sus tiempos y, sobre todo, de sus espacios. Nada hay peor que una autopista en la que los coches (temas musicales) que deban circular no lo puedan hacer adecuadamente, bien porque se les ponen obstáculos en el camino, bien porque se sobresatura tanto (exceso de temas musicales con carga narrativa) que el espectador pierde por completo la referencia, aunque esto último no es lo que sucede en Justin y la espada del valor. Dos son, a mi juicio, los grandes errores en el guión musical de Justin y la espada del valor: el empleo de canciones comerciales y, añadido a ello, el poco comprometido rol que se le ha dado al tema principal de la banda sonora. Es obviamente el tema de Justin, la música que le referenciará, que hablará de su empeño, de su sueño, de su ingenuidad y de su valentía, transformándose y modulándose para explicar al espectador actitudes, decisiones, fortalezas o flaquezas del personaje. Es el coche principal y prioritario que ha de circular por la autopista del guión musical, la música a la que el espectador se aferrará, y ello se evidencia en el hecho que Manuel Sicilia no incorpora otros coches que puedan obstaculizarle: hay más temas y motivos, pero solo aportan matices y colores a los demás personajes o aderezan acciones, ninguno tiene la misma importancia y ni siquiera son significativamente desarrollados, por lo que no requieren de la atención del espectador. Todos ellos son sustancialmente estáticos mientras el principal es absolutamente dinámico. En principio, pues, la autopista queda despejada.
En secuencias muy importantes para el personaje, de una manera injustificable y antiestética, se insertan nada menos que tres canciones que nada tienen que ver con la música del filme, que no tienen ningún grado de integración, que podrían aparecer en cualquier otra película y que interrumpen y castran el devenir del tema principal. Una de esas canciones, nada menos que la de la banda indie Ash, dedicada a Jackie Chan y escuchada en la secuencia de entrenamiento. ¿En verdad espera Manuel Sicilia que, con la simpática broma, se pueda tomar en serio su película?. En el entrenamiento de Hippo y el dragón en How to Train Your Dragon, suena la música en todo su esplendor; en el entrenamiento de Justin y la espada del valor, la simpática cancioncita.
Son canciones, es importante decirlo, que no se insertan en escenas que supongan paréntesis en la acción ni tampoco son coherentes en lo estilístico e integradas en el global de la banda sonora. La pregunta inevitable es: si se cede estos espacios para canciones comerciales, ¿por qué no, ya puestos, toda la película?. Una vez destruido el guión musical del compositor (que a veces parece que sea el enemigo al que fastidiar), ya poco importa que haya tres o quince canciones, o que se convierta la película en una suerte de ONG para promocionar cantantes. ¿Qué gana la película con esas canciones?: absolutamente nada. ¿Y qué pierde?. Esto es importante explicarlo: el tema principal de How to Train Your Dragon, sigo con el ejemplo, involucró de una manera cautivadora, arrolladora, al espectador y lo fagocitó hacia dentro de la película, haciéndolo inevitable cómplice de la odisea del muchacho y el dragón. Ese es el gran poder que tiene la música, ese efecto hipnótico que solo se logra si a la música se la respeta y se la deja actuar. Cuando en momentos donde la música debe aparecer para meter al espectador en la piel del personaje lo que se hace es poner canciones, el espectador queda fuera, se le desvincula y se convierte en mero testigo, no partícipe. Como consecuencia, y a causa de esas interrupciones que no son más que vulgares distraccciones, el tema principal acaba diluido, sin fuerza, y es incapaz de cumplir con el cometido para el que ha sido creado (otro efecto es el paso del tiempo: la música sinfónica es atemporal -seguimos siendo cautivados por partituras de hace décadas-, pero las canciones comerciales responden a un momento, y en unos años pueden resultar completamente desfasadas y, de rebote, todavía peores para mantener la atención del espectador). Pero lo que va mal, es susceptible de empeorar, y Justin y la espada del valor cumple esa máxima cediendo todos los créditos finales a más canciones, que por supuesto nada tienen que ver con lo que se ha escuchado en la película. Visto lo visto, no vale la pena comentar nada más al respecto. Honestamente, no soy capaz de comprender cómo quienes se dejan no una sino varias capas de piel en hacer una película tan difícil y laboriosa, que cuida innumerables detalles visuales (los decorados, por citar uno de los muchos ejemplos, son espectaculares), luego hacen completa dejación de sus funciones y cometen auténticas chapuzas que, aunque ciertamente no vayan a afectar los resultados comerciales, sí perjudican seriamente los artísticos y dañan la propia película. Con el referente de El lince perdido, en términos generales una obra sólida en lo musical, no lo puedo comprender salvo que haya habido interferencias de terceros en el proceso creativo. Interferencias de ejecutivos que solo ven dinero, que saben bien poco o nada de cine y que suponen un auténtico quebradero de paciencias a no pocos realizadores (hasta James Cameron los ha sufrido). Lanzo esta hipótesis para buscar una explicación porque me cuesta muchísimo creer que un director como Manuel Sicilia, que lleva el cine tan metido en su ADN, haya podido ser tan torpe en sus decisiones musicales (lo que de todos modos podría ser, ahí está el caso de José Luis Garci y sus espantosos criterios musicales).Pero, como he comentado antes, no es el de las canciones comerciales el único error. También, el poco comprometido rol que se le ha dado al notable tema principal de la banda sonora: hay algunas ocasiones en que escuchar los clicks de las espadas (o cualquier otro sonido) no es tan necesario, y puede ser sacrificado en beneficio del poder comunicativo de la música. El hacer desaparecer el sonido ambiente para dejar en un plano sonoro único a la música sirve para realzar de modo automático la importancia de esta música y es un recurso narrativo y emocional que funciona de modo muy eficiente. Anulando los ruidos y sonidos que, por lógica, deberían sonar en las escenas, se multiplica aquello que transmite el tema musical que ocupa ese lugar, realzándolo y llevándolo al espectador en forma de un primer plano. Y, una vez más, metiendo al espectador de lleno dentro de la película. En Justin y la espada del valor podía haberse hecho en un par de secuencias (en una de ellas, la de Jackie Chan), pero tampoco se les ha ocurrido hacerlo. Como resultado, el tema principal queda todavía más diluido, irrelevante… e innecesario. Pudiendo haber tenido un papel determinante (porque no deja de ser un buen tema musical) acaba relegado a un mero rol de acompañamiento, distante, insignificante.
Concluyo. Hay cientos de ejemplos de extraordinarios guiones musicales que circulan en vías despejadas, sin obstáculos ni sobresaturaciones, y el resultado de ese tránsito fluido es una película mucho mejor hecha y explicada, que llega mejor al espectador y, sobre todas las cosas, que lo mete más dentro de la película. En el cine, permítaseme la licencia, la principal labor del compositor es hacer olvidar al espectador que ha de pagar la hipoteca (también el director, los actores, etc deben hacerlo). Pero hay que saber cómo involucrar al espectador en el filme, cómo hacerle partícipe, cómo conseguir que la experiencia de ver la película sea única. Y si se quiere ser competitivo -no solo en lo comercial, también en lo artístico y creativo-, no se puede tirar la toalla y dejar estropear (en el caso de imposiciones externas) o no saber qué hacer con la música. Lo primero imagino que va a ser muy difícil de evitar, dado los tiempos que corren y en manos de quienes están muchas de las decisiones finales de las películas. Para lo segundo, basta con ver películas, pues ahí están las soluciones. Y es que a Justin y la espada del valor, con todas sus virtudes (que las tiene, y muchas) le falta mucho valor musical.