Documental sobre la realidad que viven miles de personas en un campo de refugiados en Uganda huídos de la crisis humanitaria en Sudán del Sur.
En este breve documental de apenas 25 minutos que se relata una tragedia humanitara a partir de las experiencias de dos mujeres jóvenes, la música del compositor no pierde el tiempo en florituras estéticas o ambientales y se posiciona en la actitud y el compromiso de remarcar que, pese a todo, hay solución a lo que parece no tenerla. Sigue tres líneas dramáticas diferentes que acaban por converger: la violencia, la dignidad y la esperanza.
Arranca con una música visceral y contundente, con aires tribales, que coincide con las escenas de guerra y violencia, pero cuando aparece el relato de las protagonistas en la música se imponen las voces femeninas (¿las víctimas?) y la violencia se transforma así en desolación y súplica. A continuación dos temas dramáticos que sitúa al documental y a los espectadores en tierra de turbación, de desolación, que se impone a pesar de la bondad de quienes los acogen y ayudan: hay demasiada angustia y desesperación.
En este contexto y tras la presentacion, las mujeres narradoras empiezan a aportar con sus relatos (y con sus músicas) fortaleza y dignidad, y las voces femeninas que el compositor aplica ya son más de luz que de oscuridad, y a partir de ahí la música comienza a abrirse, pasando por un momento musical de tránsito y un bellísimo vestido musical -es literal- con piano que solo puede ser callado por las balas pero que de todos modos llega a un pletórico final donde sirve para tomar la forma de una declaración de intenciones contundente: un mundo mejor es y ha de ser posible.
Este es un discurso dramático sencillo pero honesto, claro y diáfano, y sobre todas las cosas útil y comprometido porque en este tipo de documentales el compositor no debe aportar solo música. Una pequeña y hermosa joya.