Esta es una película excesiva, extensa, obscena, depravada, sucia, extrema, radical, incómoda, pero también una bellísima declaración de amor al arte del cine a la vez que muestra todas sus miserias y la decadencia que se esconde tras su creación y que es ajena al gran público.
Justin Hurwitz es autor de una extensa creación con jazz afroamericano y big band en una serie de temas bulliciosos, intensos y atronadores, que dan un tono desquiciado, radical y agresivo a muchas de las escenas, siendo deliberadamente anacrónico al incorporar elementos que no son de los años veinte sino muy posteriores, lo que ayuda a hacer más moderno y contemporáneo el relato. La aplicación de esta música es diegética, para las secuencias de fiestas, pero hay momentos en que algunas de ellas se trasladan a un plano incidental, extradiegético, produciéndose un interesante efecto al pasar de ser aquello con lo que los personajes se divierten a ser músicas que, aplicada sobre ellos, les dan matices dramáticos. Asimismo, los rodajes de las películas están felizmente acompañados por músicos o incluso orquestas que tocan en directo músicas para inspirar las actuaciones. En algunos casos es música original de Hurwitz y en otros clásica, como
Una noche en el monte pelado de Mussorgsky, para dar inspiración a los extras en una escena de batalla que se rueda. No es la única música preexistente que aparece en el filme, se emplea música clásica en distintas escenas generalmente para aportar contrastes irónicos, como cuando suena
Tristán e Isolda de Wagner como celebración del final exitoso de un rodaje sin apenas luz o con el Bolero de Ravel, entre otros.
Fuera de lo ambiental y ya en territorio dramático y narrativo, sobresale el tema principal compartido por los dos protagonistas, Manny y Nellie, que recorre con ellos la película y que guarda cierto parecido en algunas estrofas con la canción
City of Stars, de
La La Land (16), lo que sirve para mostrar
la otra cara de la moneda de Hollywood, presentando el reverso de un mismo cuadro, aquí mucho más amargo, pesimista y decadente pues este no es un filme de amor/desamor como aquél sino de supervivencia, una suerte de mezcla entre el
Nickelodeon (76) de Peter Bodganovich y el
The Day of the Locust (75) de John Schlesinger. En todo caso, es un tema musical que representa como en la anterior película
el sueño de querer formar parte de algo grande, el cine, y se desarrolla y evoluciona a la par que los dos personajes pero manteniendo casi siempre un tono melancólico, crepuscular, y aunque tiene momentos más desenfadados las circunstancias vividas por los personajes impiden que sea una música realmente positiva.
Hay otro tema que se aplica para los momentos posteriores a las desmadradas fiestas, cuando todos los personajes están borrachos, resacosos o sin recordar lo que han hecho, y es un tema que se vincula claramente al Another Day of Sun de La La Land, en lo que es un nuevo reverso irónico que genera sinergias entre estas dos películas sobre el mundo del cine.
(spoiler)