La amistad entre un joven y un caballo, separados por la Primera Guerra Mundial cuando el animal es entregado al ejército de caballería. Sus caminos se vuelven a cruzar cuando él decide ir donde está el equino.
Esta es una de las bandas sonoras que mejor representan el John Williams lírico, que encuentra el perfecto punto de unión entre lo épico y lo íntimo. Aquí, lo épico se circuscribe no solo al contexto argumental sino a la gran aventura que viven el joven y el animal protagonistas; lo íntimo, por su parte, expone la limpieza y la nobleza de los sentimientos, y el compositor lo hace en base a un espléndido tema principal que cita frecuentemente en diversas partes de esta creación, en una suerte de recordatorio que mantiene vivo el espíritu que referencia. La música es orgánica, impregnada del aroma y el sabor de la tierra, aquí expuesta de un modo que en apariencia es sobrio y austero, pero que en realidad responde a una estructura muy clásica, que una vez ha presentado sus cartas melódicas se toma su tiempo para desarrollarlas, combinarlas y llegar a un punto de encuentro final, exquisitamente elegante, refinado y hermoso. Hace ya algún tiempo John Williams dio un cierto viraje hacia modos creativos más sofisticados y complejos, seguramente menos comerciales y llamativos, pero que resultan igualmente interesantes, como es el caso de esta partitura, que siendo música más de médula que de piel, es igualmente suave, limpia y de muy agradable tacto.
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