Tras sufrir un ictus, un hombre homosexual septuagenario debe ser ingresado en una residencia, en la que se ve impelido a volver al armario.


La abundante música diegética, ambiental y no original que domina prácticamente la primera media hora del filme, y que ubica a la audiencia en un espacio realista, da paso a la apertura de otro espacio, emocional, en el que interviene la compositora. Su aportación es elaborada en lo musical y sencilla en lo estructural: unos coros a la griega, que por abstractos e irreales, sacan por completo al personaje de la realidad del geriátrico, lo desubican, lo descontextúan, abren un gran interrogante en él, de desconcierto, pero luego la música melódica es el aterrizaje en ese lugar que ya no es del que huir sino el que aceptar.