A un ladrón especializado en el robo de secretos del subconsciente durante el estado de sueño se le ofrece redimirse con un trabajo para recuperar su vida anterior: en vez de robar una idea debe colocar una.
El compositor sumerge su música en terrenos poco explícitos con el propósito de que esta sirva para la ambientación de aquello que no es definible, como son el subconsciente y sus secretos, y lo lleva a la zona real de la película, redimensionando así la importancia y el dominio de esta zona oscura. Por tanto, no se ubica en los niveles espaciales de la acción sino en los de las emociones. Y su música, que por momentos guarda cierto parecido estilístico a Vangelis (aunque solo es una referencia, pues no deja de ser un Zimmer casi en estado puro), fluye calmada por el metraje, sin que la utilice para clarificar las cosas, salvo en una parte final más aliviante. Es un trabajo poco ortodoxo y valiente.
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