James Bond ha dejado el servicio secreto y está disfrutando de una vida tranquila en Jamaica, pero un aparece para pedirle ayuda: la misión de rescatar a un científico secuestrado.
Lo mejor que tiene esta aportación de Hans Zimmer es que, teniendo la posibilidad de imponer su estilo y hacer suya la película, acepta que sea la película la que le imponga y condicione el modo en cómo participa, y además en todos los aspectos. El protagonismo mayor se cede a John Barry y a todas las músicas que aparecen para referenciar principalmente On Her Majesty’s Secret Service (69), con la que este filme tiene conexiones. Son estas músicas que elevan y mucho el nivel emocional de la película, pero Zimmer es respetuoso en su integración y muchísimo más que solvente en los espacios que ocupa para enfatizar las acciones y, sobre todo, las emociones. En este aspecto, curiosamente, arranca la película de modo exultante y abierto pero paulatinamente va moderando el tono para permitir que sean los personajes los que lleven las riendas y no la música quien se imponga a ellos. El malvado Safin tiene una música que es más del aura que genera que de explicación de su retorcida mente; hay un delicado tema central que une a los dos protagonistas en los momentos de separación; y el tema principal, la canción No Time to Die y sus versiones instrumentales, es narrativo a un nivel sutil y discreto: funciona en la retaguardia, apoyando y matizando, y es muy destacable cuando se aplica en la magnífica escena final junto con el tema central de una forma contenida y moderada. Con todo ello y por todo ello la aportación musical se hace -por respetuosa y no intrusiva- muchísimo más auténtica y hermosa.
Esta es una banda sonora que aporta espectáculo y dinamismo pero también deja espacio para el desarrollo del personaje principal, un James Bond vulnerable, casi un antihéroe desubicado en un entorno de malvados apocalípticos y agentes burócratas. No está Zimmer para ocupar un puesto que no le corresponde y con su presencia -que es también ausencia-, permite que sea Daniel Craig quien explique la tristeza que hay tras sus ojos azules, aunque aportando eso sí un cariz de cuidado tono crepuscular. No, Hans Zimmer no es aquí Zimmer, Hans Zimmer sino un profesional haciendo un gran servicio a la película.