Un hombre llega acompañado por su hijo adolescente a una rave perdidos en medio de las áridas y fantasmagóricas montañas del sur de Marruecos en busca de su hija, desaparecida meses atrás.


En la película la música tiene una importancia absoluta no solo en el plano argumental (hay una fiesta rave en pleno desierto y a lo largo del filme los personajes escuchan música electrónica) sino también en el plano dramatúrgico, donde es singularmente brillante. Hay sinergias con un clásico como Sorcerer (77) que son muy enriquecedoras.
Varias consideraciones relevantes: la más elemental es la invasión de un tipo de música tan moderna y urbana en espacios ancestrales y vírgenes, de los que los humanos se apropian de alguna manera con su imposición, pero que también la utilizan como modo de abstraerse, de sublimarse en un plano casi místico o celestial que no transforma los escenarios infernales en paraíso pero sí da respiro y confort a los personajes. Esto se evidencia en el empleo diegético. En lo incidental, la música genera tensiones y presiones, ahoga y asfixia, y tiene momentos cercanos al terror, donde participa en un delirio que se asemeja a las músicas de videojuegos survival y que ciertamente ayudan a generar ese miedo. La música impregna de sudor y sofoco a los personajes pero también a la audiencia. El enigmático título del filme alude a un término árabe referido a la delgada línea que separa el infierno del paraíso,tan fino como un cabello y tan afilado como una espada. Es exactamente donde se posiciona la música.