Durante unas vacaciones en un paraíso tropical, unas familias empiezan a percibir que en la recóndita playa elegida para relajarse unas horas suceden algunas anomalías temporales.
El implacable y acelerado paso del tiempo que es la base argumental del filme forma parte de los recursos sonoros y musicales en una creación de alto contenido dramático con omnipresente onomatopeya de un reloj que marca velozmente -a veces, muy alteradamente- el discurrir de ese implacable avance de años que destruye a los personajes. Pero no solo eso les acosa, también el conjunto de una música que pertence a ese lugar, no a sus emociones, y que les ataca y acosa de modo deliberadamente anárquico, generando claustrofobia en espacios abiertos. Sí hay música que surge de las emociones de los personajes, es emotiva y tiene un punto de desesperación, pero que apenas encuentra oportunidad de salida en el bloqueo permanente al que le somete las músicas del lugar y, como los personajes, también tendrá que encontrar la salida antes de que el tiempo lo haga imposible. Esta es una banda sonora que no es narrativa ni ambiental, que forma parte orgánica del espacio físico y temporal. Una banda sonora inteligente y calculada.