Una mujer queda varada en un enorme bosque en el oeste de Irlanda. Cuando encuentra refugio, sin saberlo, se ve atrapada junto a tres extraños, a los que observan y acechan cada noche criaturas misteriosas.
La música del compositor es uno de tantos problemas que tiene una película elegante en sus formas, que arranca prometedoramente -también en lo musical- pero que pronto cae en un sinfin de torpezas y simplezas que arrastran a la propia música al fango de la banalidad, la despersonalización y el constante intento de dotar de entidad y trascendencia a lo que carece absolutamente de ella. No hay terror, no hay dramatismo, ni siquiera emoción en la música de Korzeniowski, y aunque nada es lo que destruye nada es tampoco lo que construye: es la suya una banda sonora de parcheo, colocada para asustar, para emocionar, para crear empatía pero que acaba siendo irrelevante, inocua e insustancial. No es bochornosa como la historia que pretende revestir y co-explicar, pero por su falta de entidad temática y de un arco dramático mínimamente sólido, así como por el inexistente calado en el trasfondo mitológico del argumento, acaba por ser uno más de los aspectos fracasados del debut en el cine de la hija de M. Night Shyamalan que no ha podido, aunque sí querido, clonarse con su padre. Y la música no tiene absolutamente nada que ver con las de un James Newton Howard también muy mal clonado.