Secuela de Wicked: Part One (24). Comienza con Elphaba y Glinda distanciadas y viviendo las consecuencias de sus respectivas decisiones. Mientras la multitud alza su clamor contra la Bruja Malvada, ambas deberán unirse una vez más.


Tras la espectacular y radiante primera entrega, que era una pura fiesta de luz, encanto y diversión, esta es una segunda parte que se sumerge, también musicalmente, en territorios de gran dramatismo y mucha oscuridad. Tanto Elphaba (con Defying Gravity) como Glinda (con Popular) mantienen sus temas, que son muy recurridos aunque completamente deslucidos, casi diluidos: en este reverso del primer filme todo es caos y amenaza de destrucción y no hay música para gustar y celebrar sino sustancialmente para sobrevivir. Ni siquiera la señora Morrible cuenta con su tema, tan presente en la anterior entrega pero aquí muy difuminado. Hay dos nuevas canciones (No Place Like Home y The Girl in the Bubble) pero son oscuras y dramáticas, especialmente la segunda, que es cantada en una maravillosa escena mágica con espejos pero cuyo mensaje es revertido.
Es significativo que en algunos de los escenarios más oscuros las canciones entonen esperanza intentando poner luz a las sombras que se ciernen, y en los escenarios rebosantes de colorido las canciones incluyan conceptos como el odio, el temor y la destrucción de un paraíso que es puro artificio: Oz es un lugar de tiranía y despotismo, en el que una bruja intenta acomodarse y la otra -la llamada malvada- es la que pretende restaurar la libertad. Esta es una fábula distópica en la que las canciones pero especialmente la aportación de John Powell logran su mayor brillo en sus muchas tinieblas musicales.