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ADORAR AL BECERRO DE ORO

28/11/2025 | Por: Conrado Xalabarder

Las ediciones de bandas sonoras, en cualquier formato, solo exponen las virtudes o carencias musicales, pero las cinematográficas se exponen solo en la película, el lugar para el que la banda sonora ha sido creada y donde se evidencian las virtudes o carencias en su aplicación. Grandes músicas convertidas en mediocres o malas bandas sonoras porque son confusas, inconexas, no son útiles a los propósitos designados, o sencillamente no funcionan. Y músicas menores transformadas en estupendas bandas sonoras porque ayudan, conectan, explican, elevan o sencillamente funcionan y son útiles a los propósitos designados. Lo que importa, lo que más importa y nada es tan importante es que la música sea útil a la película. Y para ser útil no ha de ser necesariamente buena: el ejemplo de la pianola de burdel o los aullidos de lobo tan maravillosamente eficientes de The Power of the Dog (21) que tantas veces he referenciado. Pero es un ejemplo de tantísimos más.

La banda sonora de Jonny Greenwood fue denostada por no ser agradable a los oídos ni tener melodías hermosas (a mí ni se me pasó por la cabeza escucharla fuera de la película) y con ello se despreció su ejemplar -absolutamente ejemplar- aportación a la película. Muy lamentable, tanto como las críticas desaforadamente entusiastas que está recibiendo Alexandre Desplat por su Frankenstein (25) por parte de gente que escribe sobre cine y también sobre música de cine pero que son o parecen ser completamente incapaces de ver el desastre y el caos no pretendido perpetrado con su bellísima música, que lo es. La adoración al becerro de oro es la adoración a un compositor que hace música que gusta, aunque sea una barbaridad lo que resulta en la película. No pretendo imponer mi criterio ni desdeñar otros, en absoluto, y mucho menos faltarle el respeto a nadie, algo que jamás he hecho, pero sí plantear un debate con argumentos: yo he expuesto los míos en el vídeo explicativo (está incrustado en la reseña) que, aunque hecho de modo abreviado para evitar bloqueos, es entendible para quien haya visto el filme.

Hoy se estrena Nuremberg (25) y estamos en lo mismo: música estupenda llevada al desastre en la película. ¿Importa eso? A mí mucho. Cometí el error de escuchar la música antes de ver la película, llevado por la curiosidad de saber qué había hecho Brian Tyler con una temática tan delicada, y me encantó: Tyler se unía a Williams, Bernstein, Piovani, Zimmer, Horner, Gould, Hamlisch y demás compositores que asumieron un compromiso, el de convertir sus músicas en denuncia y concienciación para que las nuevas generaciones sepan de las consecuencias de la depravación nazi y no se repita. Pero al ver la película no dejé de pensar en cómo la música se utilizaba de manera tan impostada y tan banal, incluso sucia y deshonesta, con varios momentos en los que no parecía estar en una sala donde se juzgaban a genocidas sino en una película Marvel, y con un tema principal (que pensé iba a enarbolar un compromiso) puesto sin ton ni son aquí y allá solo para insuflar de relevancia y trascendencia un mal filme hecho no para ser didáctico sino para el entretenimiento, para ser visto con palomitas por quienes no saben quién era Hermann Göring. Hay temas que nunca deben ser banalizados, y el Holocausto es uno de ellos: que las críticas positivas de la película señalen que es entretenida muestra hasta qué punto se trivializa su contenido. Y Tyler, claro, juega la baza del entretenimiento, de la impostura, de banalizar... y mientras ahora firma discos de su banda sonora encantado de conocerse, y es celebrado por crítica y aficionados admiradores de la belleza de su creación, yo seguiré viendo becerros de oro. No soy Moisés, pero tengo y defiendo mis propios Mandamientos.

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