Me lo estoy pasando fenomenal viendo las entregas semanales de Lord of the Rings: The Rings of Power, no tanto por la historia que cuenta como por la que se construye con la música. En los tiempos actuales es un gusto poder tener creaciones como la de Bear McCreary, tan cercana a la mejor tradición sinfónica y alejada de los patrones industriales, mecánicos y de diseños sonoros que abundan actualmente. Tiene además el aliciente de abrir sendas que en algunos casos generan más interrogantes que respuestas, lo que hace la experiencia más interesante. Todo, como en la mejor música de cine, gira en torno a la arquitectura, a la creación de un edificio sostenido en sus cimientos y pilares en base a temas musicales centrales, de significación comprensible, que aportan matices, subtextos o informaciones de relevancia sobre aquello que representan. Algunos parecen tener un recorrido más o menos previsible (los de los grupos, por ejemplo), pero otros no se sabe qué ruta van a seguir y lo que representan, al menos hasta que se clarifique o hasta que al llegar al final se pueda volver al principio para poder conocer qué estaba explicando. Por citar un ejemplo, Arondir es presentado con un tema que aparentemente comparte con Bronwyn. Puede ser de ambos, pero si no es de ambos y es de él solo las cosas cambian mucho, muchísimo, en el propio personaje: es lo que sucedió con el tema de amor de Braveheart (85), que durante parte del metraje parece ser el que une a Wallace con Murron pero que luego adquiere un significado diferente (ver vídeo) y, conociendo su significado real, da mayor profundidad al personaje.
Esto es fascinante porque la música no mantiene un recorrido obvio y esperable sino cambiante, imprevisible. Esta es una arquitectura de inteligencia, que respeta a la audiencia a la vez que invita a su participación. Durante un tiempo defendí que las películas -series televisivas incluidas- debían tener un número limitado de temas centrales, pues la abundancia de ellos, al tener significación que la audiencia ha de comprender, puede generar confusión y finalmente no trasladar adecuadamente la información que pretenden trasladar. Pero cambié de idea en buena medida gracias a mi compañero y amigo Ignacio Marqués, que demostró en su fantástica restauración de Kingdom of Heaven (05) que era perfectamente viable un tejido temático amplio y complejo, una arquitectura con muchos temas pero sin riesgo de colapso. La clave es asumir que no todo ha de verse y entenderse a la primera, sino poner en valor las distintas capas que salen a relucir en los nuevos visionados: un ejemplo extremo, brutal, sucede en La La Land (16): es absolutamente imposible ver a la primera todos y cada uno de los caminos que abren las canciones y la música de Hurwitz (ver vídeo), pero lo cierto es que están ahí, disponibles para ser recorridos y conocidos. Esto forma parte de lo que es el arte de la música en el cine.
Con tres episodios estrenados, desconozco a dónde llevará la música de McCreary, la arquitectura de sus temas. Es claro que pese a la abundancia de temas los hay de perfil más bajo y los hay de mayor relevancia. Ignacio Marqués -nadie hay como él en esta labor- está sacando a relucir algunos temas menos visibles, como uno que aparenta vincularse a la creación de los anillos. Veremos a dónde lleva, pero el mero hecho de que genere ese interés en seguir su senda (y la de otros temas) muestra el gran valor arquitectónico que tiene la música injustamente denostada de buenas a primeras de esta serie televisiva, que tiene visos de ser uno de los hitos en bandas sonoras en este 2022.