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SABER ESTAR A LA ALTURA

22/03/2024 | Por: Conrado Xalabarder

Hay dos películas que hicieron dudar a Ennio Morricone y John Williams, que les hizo sentir pequeños, probablemente inseguros y, corroborado por ellos mismos, incapaces: The Mission (86) y Schindler's List (93), ambas hoy en lo más alto de las grandes obras maestras de la música de cine y del cine hecho con la música. Pero en una Morricone pensó que nada podía aportar ante tamaña belleza y en la otra Williams le sugirió a su amigo Spielberg que buscara a alguien mejor. Ambos debieron sentir vértigo y hasta miedo ante la posibilidad de no estar al nivel de películas que abordaban temas de elevadísima altura: la honra a los jesuitas que sacrificaron sus vidas para salvar a los indígenas esclavizados y la honra al empresario que se arruinó para salvar a los judíos esclavizados. Morricone y Williams dieron lo mejor de sí mismos y no solo estuvieron a la altura de las películas sino que sus músicas alcanzaron niveles de trascendencia y significación incluso política rarísimas veces lograda con otras músicas en el cine: la música de The Mission es un himno al hermanamiento de culturas y la de Schindler's List lo es a la dignidad y el honor de las víctimas de la depravación nazi. En las dos películas y fuera de las dos películas también.

Como los jesuitas cuyos nombres nos son anónimos o como Oskar Schindler el británico Nicholas Winton es también un benefactor de la Humanidad, de esa clase de personas que no han aportado ni inventos, ni descubrimientos, ni arte ni nada material que pueda celebrarse, pero cuyas acciones no hay invento ni descubrimiento ni arte ni nada material que pueda igualar: salvar vidas poniendo en riesgo la propia. Winton es un benefactor de la Humanidad porque salvó a casi 700 niños de ser asesinados por los nazis: el homenaje sorpresa que le brindó la BBC está entre los momentos más emotivos e históricos desde que existe la televisión. Una película sobre él demandaba una música a su altura, pero la banda sonora de Volker Bertelmann para One Life (23), que se estrena hoy en cines, no está a la altura ni por supuesto trascenderá del filme ni habrá quien pueda recordar al buen Winton escuchando la música, como sí se evoca la memoria de los jesuitas o de Schindler escuchando a Morricone y a Williams. Y no vale decir que One Life no es en sí una gran película porque no tiene nada que ver: es la música la que no la hace grande.

Sobre el alcance de la música de The Mission hice un vídeo al que me remito y donde explico, muestro y demuestro su trascendencia. Sobre el alcance de la música de Schindler's List publicaré en los próximos días un vídeo en el que estoy trabajando y donde explico, muestro y demuestro su trascendencia, a pesar incluso de algunas decisiones de Spielberg que creo juegan a la contra (lo que intentaré argumentar, pero tampoco con gran convencimiento). Nadie puede cuestionar la importancia de ambas bandas sonoras no solo en sus películas sino también fuera de ellas, a pesar de algunos malos usos y chanzas odiosas que se han hecho con ellas (lo denuncié por ejemplo en el editorial del 7 de julio de 2017 titulado El respeto a los tributos). Hay compositores que, temiendo no poder estar a la altura, han logrado no solo elevar a sus máximos las películas sino universalizar y significar la música de esa película. Si está hecho desde la buena fe y con las mejores intenciones todo debe ser respetado, pero ciertamente es poco lo que además puede ser celebrado: hay que ser realmente grande para sentirse pequeño frente a historias y personajes de altura.

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